Martín, muy inspirador lo tuyo.
Yo me resisto a tirar esa hoja amarillenta suelta, con el índice roto de algún libro que no puedo identificar… presiento que en algún estante de mi biblioteca hay un loco gritando que le devuelva su cédula de identidad.
Me resisto a tirar las bolsitas de coleccionar monedas de mi abuelo, aunque están todas pegoteadas y manchadas. Me niego a desprenderme del olor a herrumbre de sus biblioratos… rechazo tener que descartar la lupa sin vidrio que apareció un día entre sus cosas.
En realidad no tiro nada de esta cueva, desde que ando con los libros a cuestas me siento como un gliptodonte, esa especie de tatú carreta de dimensiones increíbles. Sin embargo la vida no me trata tan mal, esa mala propaganda que nos hacen a los saurios es culpa de los tiranos que un día se subieron a nuestro barco sin que nadie los invite.
Los libros a diferencia de las engrampadoras y las llaves son muy livianos. Tienen esa extraña levedad del mundo simbólico, donde podemos resignificar y renombrar las cosas… vos me entendés.
Un abrazo, Alejandra… ah, y un consejito de amiga, vos juntá nomás uñas de puma y cascabeles, que es lo único real en momentos de duda….